Los estanquillos, el corazón comercial de los 80's

Son los gloriosos años ochentas, con su colorida moda de pantalones acampanados, en el centro de Villa de Cos, al rededor del Jardín Cosío, se ubica el corazón comercial de este pueblo. Los importantes establecimientos comerciales, los estanquillos y el puerto de llegada de los camiones de pasajeros en este jardín le otorgaban ese pulso vital que mantenía vigoroso al centro de Villa de Cos.

En la esquina Sur, entre las calles Hidalgo y Aldama se ubicaba un próspero negocio comandado por Don Victorio Silva, donde además de tener toda suerte de abarrotes y combustibles (petroleo y leña) se vendían los boletos para los camiones de pasajeros de la línea "Estrella Blanca",de donde deriva el actual nombre de la tienda (ahora denominada precísamente "La Estrella"); en contraesquina, donde hoy esta la zapatería el Baratillo se ubicaba otra tienda de abarrotes denominada "La Favorita" de la familia Chairez, hacia abajo estaba La Fonda "La Villita" de Don Román misma que ahora atiende su hija Olguita y al final de esta cuadra se tenía a una ferretería, de Don Tito Aguilar, en donde ahora se ubica la farmacia de "Maca".
Sobre la Zaragoza, no han cambiado mucho los establecimientos, pues tenemos la mercería de Don Julio, luego la Recaudación de Rentas, la Carnicería "La Ternera" de la Famila Reyes y la Carnicería "La Peque" o "La Reyna" de los Maldonado.
En la pequeña calle que une la Zaragoza con la Hidalgo, se encontraba -desde entonces- la vinatería de Don Panchito Saucedo, junto a un establecimiento de carnitas hasta terminar en la esquina donde se ubicaba la oficina Subalterna de Hacienda, atendida por don Cresenciano Nava, alias Don Chano, donde se esta hoy el establecimiento de Herminio Guadiana.
Para terminar la descripción de los establecimientos al rededor del Jardín Cosío, regresamos a la esquina donde iniciamos, La Estrella, luego -con rumbo hacia la presidencia- teníamos el expendio de "El Pájaro", la casa grande de la familia Morán ya con el zaguán dividido; después la oficina de las Salinas de México,  la Sombrerería atendida por Don Javier Hernández para terminar donde ahora se sigue ubicando el negocio de Doña Concha Angón.
Esta Calle, la Hidalgo estaba recubierta con una delgada capa de asfalto (solo ésta y la entrada, el resto de las calles eran naturales) herida por unos baches que en época de lluvias se llenaban alegremente. Aquí, dándole la espalda al Jardín Cosío se encontraban un pintoresco grupo de estanquillos, todos de igual manufactura, paredes de madera, muy bajitos, techos de lámina, todos pintados de verde pizarra, con la palabra Fanta, aquel que tenía el palito de la N estirada y con tres bolitas al rededor, y debajo la frase "esta bien buena".
En estos estanquillos se vendían comida, tamales, frutas y verduras además de que se rentaban revistas.
En el primer estanquillo, frente a la Estrella, se vendían jugos por las mañanas, el siguiente lo atendía un tal "calita", aunque afuera se establecía la señora Otilia con un brasero para vender tamales, el siguiente estanquillo era ocupado por la señora Gabinita, que vendía frutas y verduras, además de que expendía los boletos para los camiones Coahuila - Zacatecas, en el último de estos peculiares estanquillos se establecía lo que fue el antecesor de la biblioteca municipal, el enlace cultural del exterior con el pueblo, el estanquillo de Don Salvador Hernández, mejor conocido como "el arquitecto" o el "Bara-bara" que cada Jueves traía de la capital lo mas nuevo en revistas para rentar.
Desde temprano los chiquillos se formaban para esperar a leer un nuevo episodio de su personaje favorito, ya sea de Kalimán, Fantomás, Tarzán, Chanoc, Archi, La Pequeña Lulú, Capulinita, Tom y Jerry, La Familia Burrón, y más. Don Chava acomodaba las revistas sobre un bastidor de madera, con soportes horizontales donde descansaban los ejemplares que sujetaba con un delgado alambre galvanizado. Al interior del tabarete había dispuesto alrededor unas tablas como bancas, y junto con su ayudante preparaban ricos raspados; tallaban con fuerza el bloque de hielo que descubrian de un costal con aserrín, el "raspador" era una cajita metálica que debajo tenía una navaja (como los cepillos de carpintero) cuando la cajita se llenaba se abría y se depositaba el contenido en un cono desechable, luego se le aplicaba el saborizante, de vainilla, de guayaba, de limón, que estaba almacenado en botellas de vidrio. Cada vez que el ayudante de don Chava preparaba un raspado éste le exclamaba: "¡¡échale más melengue!!"

Otro recuerdo de mi infancia en relación con estos tabaretes, era el misterio de Doña Gabinita, además de ser la encargada de mantener la esperanza de que llegara el camión, y de frotarse intensamente las manos y los antebrazos yo tenía la inquietud, la curiosidad de asomarme al interior de su estanquillo esperando ver el sistema de comunicación o de radar (el GPS) con el que se enteraba que cualquier camión que le preguntara uno ya mero "esta por llegar, esta por llegar" ¿como le hacía para saber eso? ella ahí encerradita en su tabarete tenía la capacidad de detectar la distancia y el tiempo que tardaría el siguiente camión... Lo que ahora apenas se puede hacer con el Google Maps, en aquellos tiempo Doña Gabinita lo dominaba completamente.
Hoy en día la zona comercial está mas dispersa, en ese mismo lugar se encuentran todavía algunos puestos pero ya de lámina y pintados de la Coca, sobre la banqueta del jardín,  ya no resaltan. Debió ser triste la escena de cuando derrumbaron todos esos estanquillos, yo -afortunadamente- no fui testigo.
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