Donde el tiempo no pasa....

Hace unos dias me tocó visitar la tienda de abarrotes de Don Luis Chairez (q.e.p.d.) ubicada a un costado de la "Ganadera", a la derecha del final de la calle Zaragoza.
En este lugar se detuvo el tiempo. Sus dos puertas permiten la entrada de la luz de medio día. Alcanzan a iluminar todo el recinto, de manera que puede verse con claridad la madera debajo de la desgastada pintura café del aparador y los entrepaños. La habitación está diseñada -desde siempre- solo para ser una tienda, no puede ser otra cosa. El color verde esmeralda de sus tres paredes y del cielo de manta contrastan con los cinco niveles de anaqueles que -en forma de herradura- dejan ver al cliente toda la mercancía posible. En el primer nivel se encuentran los productos mas solicitados: Las sopas, latas de chile, mayonesa pequeñita, papel sanitario individual, veladoras, cerillos, paquetes de galletas saladas. En los niveles superiores se van organizando por departamentos, a la izquierda los productos de limpieza, bolsitas de jabón foca, cloralex, pinol, jabon zote. A la derecha se ubican los desechables, servilletas, vasos. Al centro siguen las cajas medianas de galletas, los "cornfleis" y hasta arriba los paquetes grandes de "cuerda para el yoyo" (papel sanitario).
Sobre el mostrador se encuentran -en el lugar de honor- el exhibidor de las sabritas, las tostadas y una gran vidriera (como una pecera rústica de marcos de madera) exclusiva para el pan.
Noto que el mostrador -de un diseño muy antiguo- solo tiene una pequeña ventana que deja ver una destartalada báscula de dos kilos, de cuchara cansada.
Detrás del mostrador, y organizada en pequeñas cajas se ve una muy poca verdura. Me pregunto que habrá en esos pequeños cajones de madera de los que solo se alcanzan a ver sus desgastadas jaladeras.
A la izquierda de la tienda, entre una de las puertas de acceso y el mostrador se encuentra un refrigerador de cuatro puertas de empañoso cristal que deja ver las infaltables "cocas" en todas sus presentaciones, compartiendo "friyor" con algunos quesos, botecitos de crema, y unas bolsitas muy discretas que contienen algo rosita, quizá jamón.
Entre las dos puertas de acceso a la tienda, en el espacio mas oscuro (por efecto del "trasluz") se acomodan unos garrafones de agua purificada y arriba de estos, en la pared, un cromo de San Martín Caballero enmarcado con unos listones rojos y unas gruesas trenzas de "dientes de ajo"
Noto -al principio como extrañeza- que en esta tienda no se vende de esas bolsas coloridas de panecillos de reconocida marca de un oso blanco pachón, y luego caigo en cuenta de que aquí se vende -exclusivamente- el pan de la fábrica familiar, de los Chairez.
¿Quien que se digne de ser de este pueblo no ha probado esos enormes bolillotes que apenas caben entre las manos, de textura rugosa como el caliche "humeado" pero de exquisito sabor?
Todo eso pasó por mi mente al entrar a esta tienda, que conserva ese espíritu tradicional de los establecimientos consagrados al noble oficio de la venta de abarrote, ya que -como dice el dicho-
Así es el abarrote, a veces te da mucho y a veces da garrote.

Comentarios

  1. Que buena narrativa pit!

    Ya deja de hacerte wiwis y ponte a escribir un libro, tienes todo el potencial para lograr una buena novela!

    Saludos.

    Juan R.

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